Clásicos Inolvidables (CXXXII): Walden, de Henry David Thoreau

15 junio, 2017

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Aunque no todos los escritores hayan resultado ser inmortales, por muy distintas causas, muchos de ellos sí que son atemporales. Siempre precavido ante todo aquello que restringiera la libertad del individuo, Henry David Thoreau (1817-1862) se sintió atraído desde niño por la laguna de Walden, en Concord, Massachussets, EEUU, donde, en una parcela propiedad de Ralph Waldo Emerson (1803-1882), construyó una cabaña a la que se trasladó a vivir, en 1845.

Lo que allí experimentó, a lo largo de poco más de dos años, lo narró en Walden (Ídem, 1854; Cátedra, Letras Universales, 2005), libro que hoy referenciamos, en traducción y edición de Javier Alcoriza (1969) y Antonio Lastra (1967).

Pero entre gallinetas y cuclillos, ardillas, búhos y ratones de campo, lo que resulta más destacable de la experiencia campestre de Thoreau, de su imperioso retorno a la naturaleza, es que es consciente de que esta no pregunta ni responde a nada que nosotros, los mortales, podamos plantear (en el capítulo La laguna en invierno).

Es la suya una propuesta enérgica, pero ni impositiva ni vocinglera, encaminada a no formar parte del pasaje, sino a viajar subido al mástil (tal y como recoge en su Conclusión); una experiencia que tiene como epílogo genérico que el universo es más amplio que nuestras perspectivas (Conclusión).

Pese a la necesidad de un retiro temporal durante los veintiséis meses de permanencia en la laguna, Thoreau se mantuvo en contacto con amigos y familiares. De hecho, uno de los principales y maliciosos errores que cometen los adalides del colectivismo ideológico, sea político o religioso (los extremos siempre dispuestos a atraerse), es considerar que el que actúa de una forma individual y libre se ve supeditado a una especie de aislamiento egocéntrico y sin valores, cuando es justamente lo contrario (por mucho que formemos parte de un “todo”, no hay por qué doblegarse ante dicho todo). Esto es, como si la naturaleza solo pudiera soportar un solo orden de entendimiento (Conclusión). Hasta los eremitas produjeron un beneficio social de un modo indirecto.

Sin llegar a tanto, si se vive la vida con principios, la diversidad de nuestra experiencia no se verá disminuida. Más aún, recuerda Thoreau cómo la fundación de la primera república americana tenía que ver con esta garantía de libertad para todos sus habitantes, siempre que no se esté adormecido (Conclusión). Este es el eje principal de Walden, el que nos consideremos individuos y ciudadanos libres.


Una apelación a la independencia cuyo tronco sostenedor es el de no someterse sino al respeto de la naturaleza, en la que se integra el ser humano, aunque a veces se desvincule -consciente o inconscientemente- de esta, o de otros seres humanos. Es decir, un posicionamiento vital que no se pliega a ninguna ideología moralista o política hereditaria. El reposo de Walden se enmarca en una línea o tendencia existencial al desplazamiento y el viaje, solo que estos pueden ser tanto externos como internos. Soy un místico, un trascendentalista, un filósofo natural (Introducción), resume ampliamente Thoreau.

Unos aspectos que abarcan la lectura como ejercicio de libre pensamiento, que contribuye a la dignidad de nuestra presencia en el mundo, entendida como un efecto de la verdadera educación liberal del individuo y la comunidad (La lectura). Incluso llega a anotar cierta preferencia por la lengua escrita sobre la hablada, a modo de un lenguaje selecto, en cualquier idioma, favorecedor de la emancipación necesaria para poder (sobre)vivir y razonar. En su citada defensa de los clásicos, recuerda que solo hablan de olvidarlos quiénes nunca los han conocido, en tanto que un hombre debe encontrar sus ocasiones en sí mismo (Sonidos).

De hecho, lo que no tiene remedio es el ser humano, principalmente en conjunto, tantas veces convertido en complejo rebaño en su condición -o conducción- grupal y gregaria. Por eso el libro lleva como dedicatoria el afán de despertar a mis vecinos, por medio de las vivencias e impresiones del autor, a orillas de la laguna de Walden. Allí cuece su pan y quiere pensar por sí mismo (Economía).

Thoreau en el cómic, por Maximilien LeRoy
De vuelta a los días primitivos y huyendo de la vanidad, Thoreau llama la atención respecto a la acumulación de bienes inútiles, aunque parezca caer en la tentación de alabar la “comodidad” de la pobreza y condenar lo superfluo, entendido estrictamente como todo adorno o gasto suntuario, es decir, forzado por los demás. En resumidas cuentas, una cosa es la avaricia y otra la excesiva condena y denuncia de un comercio que es el salvavidas de toda comunidad o país bien organizado y en disposición de prosperar. Tras lo cual, de forma harto sagaz, Thoreau diagnostica y resume el meollo de la cuestión: deseo que haya tantas personas en el mundo como sea posible, pero quisiera que cada uno fuera muy cuidadoso en descubrir y seguir su propio camino, y no el de su padre, su madre o el del vecino (Economía).

Ello no obsta para advertir acerca de peligros muy reales que, como observamos, ya se erigían en una seria amenaza desde finales del XIX. Dando nuevamente la palabra a Thoreau, los hombres se han convertido en las herramientas de sus herramientas. Lo cual supone que el hombre laborioso no tiene ocio para una verdadera integridad cotidiana. En este sentido, el vocablo “civilizado” no se proscribe del entorno natural que se pretende abrazar, pues conlleva que el hombre civilizado es un salvaje más experimentado y sabio, a pesar de que la mayoría de los hombres lleva vidas de tranquila desesperación (Economía).

De resultas de lo cual, al saber que quería valerme por mí mismo, me volví con más determinación a los bosques. Ello, sin olvidar, y es importante recalcarlo, que la civilización es un verdadero avance en la condición del hombre, aunque solo el sabio aproveche sus (verdaderas) ventajas (Economía). Razón por la que, pese a todo, la realidad es siempre estimulante y sublime (Dónde vivía y para qué).

La laguna de Walden
Esta naturaleza y forma de vivir son contempladas como una época transitoria pero necesaria. Un “lujo” perecedero en sí mismo, que puede o no estar a nuestro alcance, y no solo espacialmente. A ello se suma una invitación a dudar de todo, o casi. Contra la prisa y la subordinación a la máquina, Thoreau proclama a los cuatro vientos su llamamiento a no dejarse engañar, a ser conscientes de los cimientos que son puramente ilusorios y penetrar la superficie de las cosas (Dónde vivía y para qué). En definitiva, a no ensimismarnos en nuestros límites culturales e ideológicos. Solo así puede el universo responder de una forma constante y obediente a nuestras mutables concepciones.

A su vez, el tiempo y el espacio se transforman en Walden: mis días no eran los de la semana (Sonidos). No en vano, con respecto a esta soledad buscada (no obligada), se pregunta el caminante ¿por qué habría de sentirme solo? ¿No está nuestro planeta en la Vía Láctea? (…); soy consciente de cierta duplicidad por la que permanezco tan lejos de mi mismo como de otro (Soledad). De este modo, el aislamiento no solo es grato, sino también reintegrador, una fusión con la naturaleza que bascula entre lo místico y lo utilitario.

Pero junto a las visitas efectuadas por Thoreau, están las que los lugareños, conocidos, curiosos o viandantes casuales dispensaron al propio escritor. Unos visitantes vistos como continentes inexplorados, que concretan el recurso de la ironía o, a veces, el de una abierta exageración al referirse al comportamiento de sus coetáneos (y sus formas de vida; Visitas). Por ejemplo, ante la pregunta de por qué debería cultivar un próspero campo de judías, en el capítulo del mismo nombre, Thoreau se responde que solo el cielo lo sabe… O desembocando en su visión de la urbe, recuerda cómo ninguna otra persona me molestó, salvo las que representaban al estado (La granja de Baker).

El singular huésped se enfrenta a los recursos del poder de frente, contrario a quienes ambicionan una nueva forma de mandar (más que de gobernar), más controladora, y la pervivencia de una sociedad de subsidios. Sobre todo, cuando constatamos que tales dirigentes poseen un nivel mucho más bajo que el nuestro…

Walden Pond Revisited, de N. C. Wyeth
Las mayores ganancias y valores están lejos de ser apreciados (…), tal vez los hechos más sorprendentes y más reales nunca se hayan comunicado de hombre a hombre. Se trata pues, de una tarea constante e individualizada, puesto que no hay un instante de tregua entre la virtud y el vicio (Leyes superiores), planteamiento que, respecto a los seres humanos, el autor ejemplifica mostrando el escenario, también natural, en el que se produce una gráfica y antropocéntrica lucha -exterminio, más bien- entre dos especies de hormigas (Vecinos animales).

Una decisión personal será también la de que el hombre fluya hacia Dios cuando se abre el canal de la pureza. A ello se refiere cuando habla de Verdad, pues Verdad es siempre la particular de cada uno. De este modo, todo hombre construye un templo: su cuerpo para el Dios al que adora (Leyes superiores).

Curiosamente, no será hasta el bien avanzado capítulo de Las lagunas, que conozcamos la precisa descripción y características del entorno de Walden, vistas por su prosista y residente. Como conclusión adicional, advierte Thoreau de que el hombre adopta un camino de obediencia y conformidad a las leyes de un gobierno justo… si lo encuentra, pese a lo cual, hacen falta nuevas leyes liberales si seguimos nuestros sueños (Conclusión). A Thoreau le parece que conforme simplificáramos nuestra vida, las leyes del universo nos parecerían menos complejas. Esto, porque las cosas no cambian, cambiamos nosotros (Conclusión).

Escrito por Javier C. Aguilera


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