Medio mundo, de Joe Abercrombie

13 mayo, 2017

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Como conocedores y defensores de la literatura de género, somos conscientes de una característica usual entre esta clase de obras: la creación de sagas o trilogías proliferan más que en otro tipo. Quizás se trate de una característica derivada de las novelas por entregas o publicadas en prensa o revistas como sucedía con los relatos negros ya en el siglo XIX o quizás a causa de una decisión editorial que consideraba más factible la venta de volúmenes más breves, como ocurrió por ejemplo con El señor de los anillos (J.R.R. Tolkien, 1954-1955), La cuestión final deriva en que encontramos un considerable número de trilogías en el mundo de la fantasía, algunas de ellas para contarnos una única aventura en varias partes, otras para presentarnos un nuevo desafío en el mismo mundo y con los mismos personajes o con otros relacionados.

Por esta razón, volvemos a Mar Quebrado, el lugar que da nombre a la trilogía de fantasía juvenil de Joe Abercrombie. En esta ocasión, tras haber seguido de cerca los pasos de Yarvi en Medio rey (2014), nos adentramos en la aventura de Espina Bathu en Medio mundo (2015), segunda entrega que también orienta la historia hacia su culmen, Media guerra (2016), algo usual en este formato, donde las dos últimas entregas suelen tener una conexión argumental más cercana.

Situada pocos años más tarde de la aventura que llevó a Yarvi a convertirse en clérigo del rey Uthil en Gettlandia, nos adentramos en la vida de Espina Bathu, una de las pocas jóvenes que se atreve a ser guerrera, bendecida con cierto don natural y empujada por su sed de venganza. La acción comienza pronto, observando el momento en que la protagonista está intentando superar su prueba para convertirse en miembro del ejército. Sin embargo, entre el rechazo de su maestro y una inesperada tragedia, acabará siendo acusada de asesina. Tras este hecho, su salvación pasará a las manos del padre Yarvi, quien verá en ella un diamante en bruto para sus intenciones. Espina, junto a su antiguo y odiado compañero Brand, formará parte de la tripulación del barco de Yarvi en la búsqueda de aliados para la próxima y predecible guerra contra el Alto Rey.

De nuevo, Abercrombie confecciona una novela de fantasía centrada en la formación y el crecimiento de sus personajes principales a través de un viaje. En esta ocasión, el foco se divide entre Espina y Brand, mostrando una evolución paralela, pero dispar en sus resultados. Así, en su estructura, se plantea un problema inicial para Espina y para Brand que nos hará percibir bastante bien su personalidad.

La resolución de este problema será la misma para ambos: la travesía de Yarvi hacia la Primera Ciudad, muy lejos de su hogar. En ese viaje, alcanzan la madurez y, tras un retorno elidido, vuelven a casa para enfrentarse a sus sueños, convertidos en otras personas gracias a sus experiencias. 

Aunque menos equilibrado que la primera novela, Medio mundo funciona a la perfección para mostrarnos la evolución de unos personajes que tratan de destruir el arquetipo habitual del héroe. En efecto, si ya en Medio rey, el protagonista se alejaba de las características clásicas, en esta ocasión tanto Espina como Brand están marcados como inusuales.

En primer lugar, Espina supone la reivindicación de la mujer como guerrera. Si ya la reina Laithlin servía para mostrar la fortaleza de las mujeres con su mano firme y su frialdad en los negocios, Espina representa la fuerza física, la bendición de la Madre Guerra. Marcada por su sed de venganza por la muerte de su padre, se enfrentará al rechazo de su sociedad y del resto de guerreros con determinación. Su carácter tozudo se compagina con cierta distancia mantenida con el resto de personas, incluida su madre. Será uno de los personajes que más sufra por un entrenamiento atroz y, seguramente, quien menos se percate de cómo se ha convertido en una pieza más en el ajedrez de Yarvi.

Por su parte, Brand representa bien el intento de medrar socialmente desde una clase muy baja y con un pasado que nada tiene que ver ni con la realeza de Yarvi ni con el acomodo en que vivió Espina. A la inversa de la protagonista, Brand tiene una motivación loable, derivada de su convicción moral y de su objetivo personal: ayudar a su familia, esencialmente su hermana Rin, realizando un trabajo admirado y admirable como guerrero de Gettlandia. Al principio, su deseo de seguir al lado de la luz le llevará a ser rechazado por su maestro, mientras que sus cualidades serán admiradas por Yarvi para reclutarlo.

Ambos personajes desarrollan una relación de manera natural, con las imperfecciones propias de su desconfianza en el ser humano por la experiencia acumulada o sus habituales silencios en torno a sus sentimientos. A su vez, a pesar de madurar gracias al viaje realizado, ninguno modifica su temperamento. Al final, el orgullo y las ganas de vengarse seguirán vigentes en Espina mientras que la dignidad de Brand le impedirán aceptar su sueño bélico o unirse a las maquinaciones del padre Yarvi.

En este sentido, el autor juega con las expectativas de los propios personajes y de los lectores asiduos a esta clase de obras mostrando para ambos la contradicción entre la realidad, más cruda y miserable, y las canciones sobre hazañas heroicas, donde la verdad se altera, donde no existen remordimientos y donde nunca se nombran las injusticias o los hechos más cotidianos y sufridos, sino que solo se reflejan el valor y la honorabilidad de sus personajes.

El tercer protagonista es, sin duda, Yarvi, en quien el narrador nunca podrá el foco salvo desde los ojos de los dos personajes principales. De esta forma, nunca sabremos sus intenciones, convirtiéndolo en un personaje más lejano a simple vista, al ser quien maneja los hilos en las sombras, siguiendo la tradición de la Clerecía que ya vislumbramos en el primer libro y que aquí se corrobora mediante él y otros clérigos.

A su vez, llegado el momento justo, Abercrombie sabe exponer cómo la reina y Yarvi son los que reinan de manera taimada desde las sombras frente a la ferocidad de Uthil. Con este retrato del personaje, se confirma su perfil agridulce y cuya motivación bebe de su primera aventura.

Precisamente, el lector puede percibir la tragedia de este personaje en tanto que está preso del deber autoimpuesto. Lo notaremos sobre todo con la reaparición de Sumael durante la trama y en el momento en que le responde a Espina que él solo en mente cumplir su primer y más importante juramento, aunque con ello rompa otros o le impida cumplir sus deseos íntimos.

Así pues, su maquiavélica compostura para lograr su objetivo muestran al clérigo como un personaje digno de este mundo, un personaje que permanece en el lado más reservado de la sociedad, pero desde el que se manejan los hilos. Sin duda, mantiene así el carácter gris que ya percibíamos y comentamos en nuestra anterior reseña.

Así, a diferencia de otras clásicas de fantasía, en las que el guía solía ser un mago sabio y de evidentes connotaciones positivas, al estilo de Gandalf o Merlín, en esta ocasión, Yarvi se estila más como un estratega en la línea de Tyrion o incluso Dumbledore (como se descubre en Las reliquias de la muerte). Siguiendo el estilo del personaje creado por George R. R. Martin (1948-), incluso lucirá su malformación con cierto orgullo y sorna. De la misma forma, en Medio mundo no se evitan ni las funestas consecuencias de la batalla, ni los momentos escatológicos o sexuales ni tampoco la descripción de las heridas y malformaciones que sufrirán los personajes, aumentando el realismo más crudo de la obra. Así, aunque la aventura pueda resultar más usual que la primera entrega, su narración da un paso más en la madurez de sus contenidos, en los que tampoco falta el humor.

En relación a otros aspectos argumentales, Abercrombie logra suplir algunas carencias que notamos en la primera entrega. Por una parte, los personajes secundarios siguen sin resultar profundos, pero al recuperar a varios de los personajes anteriores (Rulf, Isriun, Laithlin, Uthil...), se creará una mayor sensación de cercanía, sobre todo cuando haya referencias a los acontecimientos de Medio rey y el lector de sienta confidente de esas menciones frente a la incomprensión de los nuevos personajes. Por otra parte, se profundiza mejor en la comprensión del mundo en el que viven, sobre todo en su carácter político, más alejado en la primera obra.


Ahora bien, de nuevo encontramos previsibles los giros argumentales con los que el autor pretende causar impacto, a pesar de que ciertos sucesos del tramo final puedan sorprender a más de un lector. Quizás se debe a que los referentes de Abercrombie son también evidentes, a pesar de lo cual ha logrado dar personalidad a su trilogía y crear un retrato más crudo y realista que otras novelas del género, lo que le proporciona un interés superior. De la misma forma, notamos algunos cabos sueltos o falta de profundidad en los aspectos relativos a la magia, que quizás queden pendientes de desarrollo en la tercer entrega.  

En conclusión, Medio mundo logra reflexionar sobre la realidad tras la heroicidad, llegando a rozar el pacifismo en algunos momentos y mostrando también cómo la política suele esconder tras sus movimientos motivos personales. Dentro de la trilogía, la presencia sobre todo de Espina en el rol del guerrero protagonista lo asemeja más a otros protagonistas usuales, pero el conjunto es superior a la primera novela, dado que esta entrega aumenta la cercanía con todos los personajes relevantes, mantiene el carácter agrio de la saga añadiendo más acción y nuevos e interesantes personajes y logra dar sentido a la trilogía sin alejarse en exceso de la primera aventura ni convertirse en un refrito como le ha sucedido a otras sagas contemporáneas.

Escrito por Luis J. del Castillo




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