Zootrópolis, de Byron Howard, Rich Moore y Jared Bush

03 enero, 2017

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Los cuentos han servido para transmitir lecciones y aprendizajes vitales al ser humano. Si bien hoy han quedado reducidos por la visión popular al terreno de la infancia, en ocasiones muy dulcificado, existe en su interior toda una serie de elementos trascendentales que hablan, dentro de su brevedad, de cuestiones sociales y culturales. El hecho de que sirvieran para educar a nuevos iniciados en el saber o en las costumbres provoca que sus tramas suelan ser sencillas y cuenten con unos personajes mayoritariamente planos.

En este terreno, la fábula se ha nutrido de caracterizar a los animales de cierto rasgo psicológico que sirviera para definirles y para definir, a su vez, un elemento propio de la personalidad humana pero independiente de los demás. Esta realidad es fácil de asumir para quienes aún no comprenden los cambios de humor o cómo una persona puede ser capaz de todo lo mejor como de todo lo peor. Pero es una realidad tramposa. Se trata de una mentira que sirve para reflejar emociones y situaciones humanas que nunca son tan simples como estos retratos planos, a pesar de lo cual también se trasladan a nuestra realidad cotidiana. 

Sirvan de ejemplo los tópicos extendidos sobre las diferentes nacionalidades o distintas etnias que vienen a mostrar cómo es más factible para el ser humano atender a una etiqueta simple que a comprender que una persona, con independencia de todos los elementos que compongan su identidad, es más compleja de lo que aparentan las etiquetas adjuntas a esos elementos. Ideas tan extendidas que han dado fruto tanto a parodias, como en el caso de las regiones españolas en Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez-Lázaro, 2014), como a las menciones descriptivas que ya Agatha Christie (1890-1976) mostraba sobre italianos o ingleses en sus novelas, sirva de mención Asesinato en el Orient Express (1934). Una cuestión que viene a simplificar el mundo y que es también la semilla para los reproches y el odio.


A raíz de estas ideas, debemos agradecer el surgimiento de obras que deriven en una ruptura con estas ideas para ir contra los prejuicios acudiendo a los mismos elementos narrativos de los cuentos. Es decir, contar una fábula donde lo evidente no sea lo usual. Disney ha sido la empresa que ha gestionado con mayor éxito el mundo de los cuentos en el séptimo arte, a raíz de lo cual han sufrido las críticas de ciertos sectores por las ideas mostradas en sus películas, en muchas ocasiones sin atender ni a la lógica de los cuentos ni a la época a la que pertenecen las producciones audiovisuales.

No obstante, la propia empresa ha encontrado un camino interliterario para representar las inquietudes actuales sin perder su fuerza narrativa. Así, el idealizado príncipe azul de quien una princesa quedaba prendida con asombrosa rapidez, como sucediera con las primeras protagonistas de la factoría, es cuestionado en Frozen (Chris Buck y Jennifer Lee, 2013). De la misma forma, los animales que conformaban el plantel de El rey león (The Lion King, Rob Minkoff y Roger Allers, 1994) pecan en su caracterización de planos y, obviamente, maniqueos, se han transformado en un reflejo social donde las apariencias no siempre funcionan, como vemos en Zootrópolis (ZootopiaByron Howard, Rich Moore y Jared Bush, 2016)


En Zootrópolis se juega con las apariencias hasta en la última broma. Se podría decir que la película es una continua lucha contra los tópicos, los prejuicios y el miedo a lo desconocido, todo ello sin perder la oportunidad de crear una aventura con su justa comedia, escenas emotivas y la empatía usual de las producciones Disney. Su argumento nos transporta a un mundo reflejo del nuestro donde los animales de todas las especias conviven en una perfecta armonía que se traduce en la situación de la capital Zootrópolis. Allí, con la división de barrios en los diferentes hábitats, todos parecen tener las mismas oportunidades vitales. Y allí quiere conseguir su espacio Judy Hopps, la primera conejita en conseguir un puesto entre el cuerpo policial. Sin embargo, no lo tendrá fácil. Para demostrar su valía, se inmiscuirá en una misión de la que dependerá su permanencia en el cuerpo y para la que contará con la ayuda de un zorro poco fiable y estafador, Nick Wilde.

El idealismo, en parte por su origen rural, de Judy Hopps chocará con la realidad que se encuentre en Zootrópolis, representada por el práctico Nick Wilde, un personaje urbanita que ha abandonado todo idealismo y que simplemente trata de aprovecharse de la situación para sobrevivir. Este contraste funcionará muy bien en el primer tramo de la película, que una vez encarrillada hacia la investigación del caso que encomiendan a Hopps, dará comienzo al usual esquema de una buddy movie (o buddy cop en este caso), género negro que no veíamos en Disney con tanta firmeza desde la similar Basil, el ratón superdetective (The Great Mouse Detective, Ron Clements, Burny Mattinson, Dave Michener y John Musker, 1986).


Ambos deben hallar a una serie de animales desaparecidos, pero conforme avancen en su investigación, se encontrarán con depredadores asalvajados, devueltos a un estado primigenio, lo que podría desatar nuevos conflictos entre la población, con la sombra de la sospecha y el rechazo hacia los depredadores. Esta cuestión se refleja no solo a nivel general, sino también entre el dúo protagonista, que a lo largo de su vida han visto cómo rechazaban sus intentos por alejarse de la etiqueta que se les asignaba, dando como resultado una respuesta dispar en ambos casos, pero cuyo origen es el mismo.

A nivel general, dentro del espacio creado para la película, se ofrece una visión de la organización social de los personajes como idónea, no en vano el título original remite a la utopía (Zootopia), pero como descubriremos a través de los ojos de la protagonista, esta utopía es ficticia. A pesar de que la ciudad se vislumbraba como un lugar de igualdad, lo cierto es que siguen existiendo esquemas difíciles de romper. Unos esquemas que tampoco pueden ser revertidos sin provocar el mismo daño, por lo que todo se trata de buscar un equilibrio difícil y, regresamos al término, utópico. En este sentido, Zootrópolis nos ofrece una visión más realista que otros cuentos similares, que tienden a la idealización o el final bucólico (sin que por ello le falte el usual final feliz).


Por su parte, la ruptura de la idealización y de los tópicos se suceden con toda una serie de contrastes que encontramos ya desde la lucha personal de la protagonista por ser policía, que irá in crescendo cuanto más se acerque a su sueño, hasta a lo que cabría esperar de ciertos personajes, como encontrar a un leopardo goloso, poco ágil y nada avispado, a un capo de la mafia al estilo de Vito Corleone que teniendo a osos polares como subordinados, resulta ser una musaraña, unos carneros narcotraficantes al estilo Breaking Bad o una elefanta olvidadiza. El contraste juega también al engaño y evita caer en lo evidente. Incluso se permite mostrar cómo los buenos también se equivocan y cómo podemos comprender bien las razones de ese error, dado que son errores muy humanos. Es más, muchos de los que podríamos considerar en el bando positivo tienen defectos evidentes, como la pereza holgazana, el orgullo de sentirse en una posición privilegiada, la corrupción o la evasión ante la opinión pública y hasta el desprecio a quienes se consideran inferiores.

Aunque bien es cierto que en la antesala del tramo final encontramos un momento pausado donde se repasan algunas de estas ideas, sobre todo en cuanto al rechazo causado por los prejuicios, la película no pierde el ritmo de aventura ni la intención de mostrarnos más por acciones que por explicación teórica. También está repleta de detalles geniales y humorísticos que adaptan nuestra actual vida al mundo animal, incluyendo metareferencias a Disney, por ejemplo, con toda una serie de portadas adaptadas dentro de un top manta, o en distintas frases, como el célebre Let it go de Frozen. Incluso encontramos referencias, como mencionábamos antes, a El padrino (The Godfather, Francis Ford Coppola, 1972) o a la serie Breaking Bad.


En conclusión, Zootrópolis consigue aunar buena animación, que nos recuerda más a Pixar que al estilo tradicional de Disney, con una historia crítica con la xenofobia, el racismo y, en definitiva, los prejuicios, y unos personajes más profundos que los cuentos animados habituales, todo sin perder ni una pizca de humor ni de la magia usual de la factoría.

Escrito por Luis J. del Castillo





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