Clásicos Inolvidables (CX): Fahrenheit 451, de Ray Bradbury

29 septiembre, 2016

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El ser humano ha pensado mucho en su futuro. Pensamos en ello de forma individual de manera continua, a pesar de los mantras que nos invitan a disfrutar del hoy. No podemos evitar tener deseos, sueños, metas que habrán de llegar con el tiempo y, seguramente, con nuestro esfuerzo. Pero también hemos sido testigos de muchas predicciones y preocupaciones comunes: hacia dónde se dirige nuestra sociedad, qué nos podremos encontrar en un futuro si seguimos por este camino o qué acontecimientos pueden suceder teniendo en cuenta los que ya han sucedido en el pasado. Aunque pensemos que no vamos a caer en los mismos errores, lo cierto es que en ocasiones parece inevitable al observar el comportamiento de muchos de los que nos rodean.

También tenemos de forma paralela la visión de utopías, mundos extraordinarios que en ocasiones se ven envueltos en un velo de falsedad y dominio gubernamental, o distopías, la otra cara de la moneda, si no la misma cosa, donde se nos muestra un mundo, o un futuro, funesto, carente de los valores positivos y envuelto en circunstancias que creíamos superadas, pero que incluso aún hoy siguen presentes en nuestro mundo: esclavitud y dominio, diferencias sociales abismales, desinterés cultural o humanístico. Cuestiones que, dichas así, no resultan tan lejanas.

El autor norteamericano Ray Bradbury (1920-2012) dedicó su vida a la escritura de la fantasía o la ciencia ficción con la finalidad confesa de remover moralmente a la sociedad. Sus obras más célebres son Crónicas marcianas (1950) y su novela de ciencia ficción, la única que él consideraba como tal y no como fantasía, Fahrenheit 451 (1953), que hoy reseñamos. En esta obra distópica, Bradbury planteaba uno de sus múltiples avisos a la sociedad que le rodeaba. Precisamente, la idea original parte de la confluencia de algunas de sus preocupaciones mostradas en tres relatos distintos, como señala en el prólogo donde narra las vicisitudes que atravesó el manuscrito para ser publicado, consiguiendo al final un hueco en una revista que se estrenaba en esa época de la mano de Hugh Hefner (1926-): Playboy.


Lo que encontramos en Fahrenheit 451 es el cambio de rumbo en la vida de su protagonista, Montag, que pasa de ser un engranaje más del sistema represor a plantearse la realidad que le rodea y las respuestas que le han dado hasta el momento. Este es el punto central de una obra que nos sitúa en un mundo donde la cultura se considera peligrosa, donde los libros son objetos prohibidos que son quemados en su totalidad, y donde la mayor parte de la población está absorbida por una vida invadida por la publicidad y el placer vacuo de la tecnología y las drogas. Montag trabaja como bombero, pero no tal y como hoy lo entendemos, sino como un quemador de libros, la nueva dedicación de los bomberos debido a que las casas son ahora ignífugas y que se necesitan manos que ejerzan la censura.

En este mundo, todas las personas viven despreocupadas y cumpliendo exactamente el mismo rol, sin ningún apego o vínculo sentimental del que preocuparse. Todo está predispuesto para facilitar una vida monótona en la que no exista ninguna preocupación. Por ello, Montag comienza a dudar cuando se encuentra con la joven Clarisse, una chica que no sigue los patrones, que se interesa por mirar al cielo, por pasear, por vivir, en clara antítesis con las personas que le rodean, sobre todo su esposa Mildred, enganchada a las pastillas para dormir y a la "familia", el programa televisivo de inmersión absoluta. No anda muy lejos esta propuesta de las actuales redes cibernéticas, aunque aún faltara casi medio siglo para su completo desarrollo.


Conforme la acción se desarrolle y las dudas de Montag se incrementen, aumentará también la tensión que se percibe en la novela. Poco a poco se nos irá desvelando cómo este bombero ya había dejado entrever en el pasado algunas acciones que lo alejaban de lo corriente, pero comenzará a tomar auténticos riesgos cuando decida enfrentarse a su jefe y al sabueso mecánico. No obstante, no es esta una novela de acción. Está lejos de ser una aventura juvenil a la que en estos últimos años nos han acostumbrado en las novelas distópicas. Al contrario, estamos ante una obra que presta mucha atención al diálogo reflexivo, dejando toda acción como un hecho puntual y concreto, lo que provoca que se sienta más auténtico. Como ejemplo, la persecución a la que se ve sometido Montag parece que pueda triunfar en cualquier momento y la tensión va in crescendo hasta el final.

Además, no existe un héroe como tal. El protagonista es un bombero arrepentido, pero que se encuentra perdido, sin un rumbo que seguir y sin nadie que se lo pueda proporcionar. Es decir, el protagonista vive con incertidumbre su nueva posición y ningún otro personaje es capaz de ayudarle. Es más, las acciones de otros personajes positivos, como Faber, se pueden tildar de cobardes. Incluso la resolución final está carente de heroicidad ni se pretende un cambio radical, más bien se trata de un canto hacia la esperanza, pero una esperanza paciente hacia un futuro incierto en el que no se pretende intervenir de forma directa. No obstante, esta decisión de realizar una oposición velada parece más realista que las aventuras de carácter más pirotécnico con elegidos extraordinarios y demuestra que el carácter de Fahrenheit 451 no es el de contar una hazaña, sino más bien manifestar una reflexión, un aviso. En definitiva, procurar un despertar al lector ante la censura, la represión y el control.


No se presta atención a la sociedad o a la situación completa del mundo, incluso se habla de una guerra, pero no se ofrecen más datos. Eso provoca que todo se centre en cuestiones concretas, siendo la principal la desaparición de los libros. Así, esta obra se convierte en un alegato a favor de los libros, de la libertad de expresión, pero también del sufrimiento, de la necesidad de la duda, de cómo las obras escritas por la humanidad no tienen por qué tener respuestas, pero ello no les resta importancia. Curiosamente, el monólogo más largo en torno al peligro de los libros, y por tanto la descripción de por qué son importantes, pertenece al capitán Beatty, un hombre contradictorio que demuestra un gran saber sobre los libros y, quizás por ello, es quien pone más empeño en su destrucción y persecución. No está alejado de quienes queman libros por propio interés o ideología, quien rechaza las palabras de los demás por ejercer la censura, convencido de que su sabiduría o su postura será siempre superior a cualquier otro. Con esta forma de ser, lamentablemente usual en nuestra época, es fácil decidirse a acabar con todo lo que consideres que te contradice, justificando tu libertad por encima de la libertad de otros.

Bradbury describe en esta novela breve un temor compartido por otros pensadores: el miedo al antiintelectualismo, el temor a que sea la propia sociedad la que comience a rechazar la cultura por el placer, por su comodidad sin más, el carácter más peligroso del nihilismo. El propio Nietzsche (1844-1900) avisaba de esa etapa de la humanidad a la que denominaba pulgón inextinguible, en el que el ser humano se cree satisfecho de sí mismo, solo busca la comodidad y no se rige por ninguna moral, ni tampoco busca el saber. Curiosamente, también Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley (1894-1963) tanteaba esa utopía en que la felicidad era alcanzada por la despreocupación, por la ausencia de interés intelectual.


Fahrenheit 451 no es una novela que se centre en el desarrollo de una trama que nos mantenga enganchados ni pretende contarnos grandes hazañas contra la opresión, pero nos lanza a la perfección advertencia acerca de hacia dónde podemos estar yendo, a esa deriva hacia el placer que solo conlleva nuestra autodestrucción, sin olvidar tampoco el pasado invadido por la censura y la ausencia de libertad. De esta forma, cada personaje se convierte en representativo de la sociedad sin necesidad de abarcarla por completo: Mildred vive atrapada en esa vorágine de autosatisfacción y engaño; Clarisse representa al alma cándida que se pregunta y se plantea la vida, moviendo al cambio a quienes la rodean; Beatty es el represor que sabe las razones por la que ejerce su trabajo mientras que otros bomberos solo son autómatas, manos opresoras, pero ignorantes; Faber vive en una resistencia pasiva y cobarde mientras que Montag es la representación del ser que despierta a la realidad y se revuelve, desconociendo las consecuencias de sus actos y, por tanto, el futuro que le espera.

Con ellos, Bradbury es capaz de plasmar la importancia de la cultura en tanto que nos ayuda no a distraernos, sino a hacernos dudar, a inquietarnos, a crear incertidumbre por sus significados o por plantearnos qué somos, hacia dónde vamos, de dónde venimos sin nunca alcanzar una respuesta satisfactoria. Y así Fahrenheit 451 nos lanza un grito contra la censura, la opresión y la falta de libertad en la que podemos vivir sin ser conscientes.

Escrito por Luis J. del Castillo




2 comentarios :

  1. Éste es el único libro de Bradbury que he leído ¡y me encantó! Lo leí en 2012 ó 2013, no recuerdo bien. Es uno de esos libros que te hacen reflexionar durante y después de su lectura, porque le tema del que trata, aunque no se haya hecho de la misma forma (que yo sepa) sí ha sido real, y durante mucho tiempo han estado prohibidos libros en algunos países. Y es una pena, porque hasta de los peores libros que se hayan escrito en el mundo creo que se puede aprender algo, aunque sea a cómo no se deben hacer las cosas. Pienso, por ejemplo, en Mein Kampf.

    Tengo pendiente leer Crónicas marcianas, que le tengo muchas ganas pero todavía no le llegó el momento. Y para serte sincero, no conozco más libros de él; cuando lea Crónicas marcianas, si también me gusta tanto como éste, investigaré para ver si alguno más me puede interesar.

    ¡Un saludín!

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    Respuestas
    1. ¡Hola!
      Su fama es, sin duda, bien merecida. Como tantos otros libros de ciencia ficción (o distópicos), abarcan temas que a pesar de ambientarse en circunstancias diferentes, nos tocan muy de fondo, tanto histórica como socialmente. Creo recordar además que según leí en el prólogo de mi edición, donde Bradbury cuenta los pormenores de la creación de esta novela, que en Estados Unidos se vivía una época de represión, el macarthismo, una caza de brujas cuyas intenciones anticomunistas acabaron por atacar la libertad de expresión y por aplicar la censura mediante diversos métodos.

      Espero que disfrutes también de Crónicas marcianas, libro al que hace un par de años nuestro compañero Javier, tocayo tuyo, dedicó también una reseña. Son sus dos obras más conocidas, quizás porque Bradbury ha escrito sobre todo piezas breves, el propio Crónicas marcianas es una recopilación. La cosa es, como siempre, indagar un poco.

      Gracias por tu comentario y espero verte por aquí de nuevo ;)

      ¡Un saludo!
      Luis J. del Castillo

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